quinta-feira, 3 de janeiro de 2008

el parque


Intentaré dejar aquí, en este sitio frío y tan diferente a mí, algo que me ayude a acercarme a algo que me acuerde de lo que era antes, y de lo que siempre quise ser.
Escribiré lo que me venga a la mente, escribiré sobre el mundo que, en ciertos momentos veo tan claro , y que en la mayoría de las veces se aleja tanto de mi realidad.
Por eso hoy escribo sobre cuando aún no tenía ni idea de lo que era, y aún así era más segura de lo que soy hoy en día. Me acordé mucho esta semana de mi infancia. Me acordé de mi colegio, de mis compañeros, de mi profesora. Me acordé de los largos paseos por el parque, de cuando jugaba con los niños, del tiempo pasado en la huerta, durante el cual fingíamos plantar algo que no teníamos idea de lo que sería. Me acuerdo de cómo éramos felices en esos días, porque, claro, solo me acuerdo de los días tan claros que había en la Primavera y en Verano. Porque solamente me acuerdo de la luz tan clara que rompía por los árboles y nos cegaba por momentos y luego nos devolvía a la maravilla de aquel parque encantado. Porque me acuerdo de las fantasías que desarrollaba en mis sueños, de que había una bruja en la torre (que de hecho existía, la torre, eso no lo inventé) y por eso teníamos siempre que pasar corriendo para que no nos cogiera la bruja malvada. Me acuerdo del parque infantil donde teníamos arena y allí inventábamos toda una playa, y un mar nuestro, donde navegábamos por las tardes, antes de la siesta. La arena me llenaba los zapatos y me acordaba de que en breve llegaría a casa y mi mamá diría lo mismo de siempre: cómo puedes llegar a casa siempre tan sucia? y yo pensaba ¿y porqué no? ¡Si esa es mi función, mi deber! Era una niña y me encantaba serlo, porque ya tenía la percepción de que era algo fantástico; de que por el hecho de ser niña, me dejaban hacer un montón de cosas que a nadie más le dejaban. Me encantaba salir por las mañanas, en el coche con mi madre y otras tantas profesoras y llegar al colegio en gloria : otro día lejos de mi pequeño piso, otro día más en que el desconocido me esperaba. ¡Ah! ¡Era una gloria embarcar en todo ese planeta que era mi colegio! Porque, obviamente, solo me acuerdo de los días relucientes de verano, en que la brisa de la mañana te despierta y el calor de la tarde te atrapa y te confunde la mirada, todo se funde en un paisaje que no consigues distinguir. Y por fin, vislumbras tus colegas, tus amigas favoritas, la amiguita de la siesta, todos juntos, preparados para el bus que nos llevaba a otro lugar aún más encantado: llegaba el verano y con él, el bus a la playa!! Podríamos aún estar cansados y medios dormidos pero aquel aire a mar, aquel brillo que solo el agua te puede dar, compensaba perderte los dibujos animados de la noche anterior. Y en el momento en que ponías los pies en la arena, en la verdadera arena, ahí conquistabas tu libertad. Las profesoras gritaban llamándonos, corrían a buscarte al mar, “ !cuidado con las olas! ¿Ah que quieres quedarte ahí? ¡(Que) se lo voy a decir a tu madre!”. ¿ Y qué más daba? Le daba una patada y hacía otra investida. Y este era mi día. ¿ Genial no?
Porque claro, cuando eres niño, no hay días de lluvia que te recuerdes después. No, cuando eres niño todo tiene otro brillo, otro color, otro olor. Y por eso me quedé con ese brillo en mi memoria, con esa luz tan fuerte que me calienta los pies fríos en los días gris, y me hace recordar de que hay otros planetas por descubrir.

Sem comentários: